miércoles, 30 de enero de 2013

Parashat Itro

Parashat Itro es una de las cinco secciones de toda la Torá que recibe el nombre de un hombre (conjuntamente con Noaj, Pinjas, Balak y Koraj). Es extraño que uno de los eventos más importantes de la historia judía, sino el más, este en una Parashá cuyo nombre es en principio el de un sacerdote pagano. ¿Qué significado tiene esta yuxtaposición entre el acercamiento al pueblo judío de Itro, el suegro de Moshé, y la entrega de la Torá, de la Ley? La Torá nos narra que el suegro de Moshé vuelve con su hija y sus dos nietos a reunirse con Moshé y con todo el campamento de Israel. Vuelven porque al parecer Itro vio las bondades que Dios realizó para con el pueblo judío y decide entonces apegar su destino al destino de este pueblo de esclavos que acababa de conseguir la libertad.

Apenas aparece Itro en escena Moshé, el gran líder y la figura de la realeza del pueblo judío, sale a su encuentro y se arrodilla ante su suegro – pagano, recordémoslo – y lo besa. Allí se reúne nuevamente con sus hijos y su esposa que había dejado en Midian para que no tuvieran que sufrir las penas que los judíos vivían en Egipto. Allí en el desierto, en la austeridad y la amplitud del desierto, como señala el texto bíblico se da el encuentro. Moshé sale de su tienda para encontrarse con su suegro. El pueblo judío, simbolizado en Moshé, sale al encuentro del Otro, simbolizado en Itro, para poder recibir la Ley. Solo cuando estamos dispuestos a encontrarnos con el otro estamos habilitados para recibir la presencia divina en nuestras vidas. Solo cuando nos atrevemos a desafiar lo desconocido, a salir de nuestro ensimismamiento en el encuentro con lo diferente es que Dios se revela en nuestras vidas. Y este encuentro solo se da en la inmensidad del desierto. Es Itro, como señala Rashí, un hombre que decide desapegarse de sus placeres mundanos en su ciudad “distinguida del mundo” para ir al encuentro de Dios; y es Moshé quién deja atrás sus responsabilidades como líder de muchos para salir al encuentro de uno, de un solo hombre. Allí es donde demuestra su rol de líder, un rol que no es de masas sino de individualidades. Y es en la simpleza del desierto y no en la magnanimidad de las grandes urbes donde se da el encuentro entre el ser humano y Dios. La revelación se da allí pero antes se debía dar el encuentro entre un ser humano y otro. Entre el pueblo de Israel y la humanidad toda. 

Y más aún. Es Itro el responsable de que una sección de la Torá haya sido añadida. Cuando el encuentro se concreta Itro ve a su yerno cargado de responsabilidades y le sugiere imponer un nuevo sistema de justicia; Moshé, apreciando los beneficios que esto le traería, acepta gustosamente. Y como toda lectura bíblica debe ser un símbolo de algo más esto nos lleva a suponer que hay algo que subyace a este texto, a aquella sugerencia y aquel aprendizaje. No solo Dios se revela en nuestras vidas cuando estamos dispuestos a salir al encuentro con el Otro sino que también nuestras vidas son juzgadas en razón a nuestra capacidad de aceptar al Otro. Aceptar sus consejos y sus sugerencias. A no sentirnos amenazados por lo que el otro puede brindarnos. Es por esto, quizás, que el Talmud sugiere que uno debiera rezar únicamente en un lugar con amplias ventanas. Uno debería disponerse a rezar, a intentar comulgar su espíritu con el espíritu de Dios, únicamente en un lugar que nos permita ver hacia el exterior. Solamente cuanto estamos seguros de nuestra fe, nuestras prácticas y nuestra tradición es que podemos salir a encontrarnos con otros. A mirar a través de una ventana, y no un espejo, qué es lo que el otro puede darnos. Que podemos aprender nosotros de ellos y que es lo que nosotros podríamos enseñar. Allí, en ese encuentro, se da la revelación. 

Quiera Dios que podamos llenar nuestras vidas de ventanas y no de espejos. 

Shabbat Shalom! 

Uriel Romano 
Seminario Rabinico Latinoamericano

sábado, 5 de enero de 2013

Parashat Shemot

La película "el príncipe de Egipto" dura más de dos horas; la Torá resume toda esa historia en apenas unos capítulos que no llevan más que unos 20 minutos de lectura intensa. Hay ciertas veces que los relatos nos encandilan. Las grandes epopeyas, los grandes y ruidosos sucesos, impiden que el lector, o llegado el caso, el observador, pueda apreciar los hermosos y desafiantes detalles que le dan sentido al relato. Esto mismo sucede en reiteradas oportunidades con nuestras Parashiot. Las lecturas más conocidas y rimbombantes de la Torá como ser: la creación del mundo, el diluvio universal, la zarza ardiente, el cruce del mar de los juncos; y otros tantos más, impiden que pongamos el foco en pequeños detalles que se configuran al interior de cada una de estas historias. Esta noche, sin embargo, intentaré abocarme a los detalles. A aquellos detalles casi insignificantes para muchos pero centrales para la posibilidad del relato. 

Hablemos entonces de las parteras, las “Meialdot”; de aquellas mujeres cuyo trabajo es hacer viable una nueva vida humana. Y así dice la Torá: Y habló el rey de Egipto a las parteras de las hebreas, una de las cuales se llamaba Shifra, y otra Púa, y les dijo: Cuando asistáis a las hebreas en sus partos, y veáis el sexo, si es hijo, matadlo; y si es hija, entonces viva. Pero las parteras temieron a Dios, y no hicieron como les mandó el rey de Egipto, sino que preservaron la vida a los niños. Y el rey de Egipto hizo llamar a las parteras y les dijo: ¿Por qué habéis hecho esto, que habéis preservado la vida a los niños? Y las parteras respondieron a Faraón: Porque las mujeres hebreas no son como las egipcias; pues son robustas, y dan a luz antes que la partera venga a ellas. (1:15-19)

Leyes con más que cuestionable legitimidad y legalidad, parteras valientes, mentiras piadosas y un alto grado de desobediencia configuran los principios fundamentales de este pequeño relato. Mas este pequeño episodio será el que posibilitará que el pueblo de Israel, en un futuro, pueda ser redimido de la esclavitud. La insubordinación de aquellas parteras es el origen de la libertad. Elegir la vida y no la muerte es el principio de toda salvación. Sin embargo otros dos breves relatos serán vitales para que en un futuro Moshé pueda liderar la salida de la casa de la esclavitud. Y no es menor afirmar que son las mujeres las que dentro del horror permiten la vida. Las que desobedecen en nombre de Dios. Además de estas famosas Meialdot, en nuestro relato aparecen otras tres mujeres "sin nombre": la hermana de Moshé, su madre y la hija del Faraón. 

La Madre de Moshé, que recién se la llamará por su nombre - Iojeved - dentro de varios capítulos, toma la decisión más difícil. Ella sabía que dejar a un niño recién nacido en su hogar significaría una muerte segura para él. Sin embargo, como explica el exegeta judío medieval Abarbanel, si ella lo sacaba del hogar entonces quizás el rescate de una muerte segura podría ser posible. Por esto, continúa afirmando Abarbanel, Iojeved decide abandonar el camino de una muerte segura hacia el de una muerte probable. Imaginemos el dolor y la desesperación de una madre que ante una muerte segura decide abandonar a su hijo a la "buena de Dios" esperando que por algún milagro o extraño designio de la naturaleza su hijo pueda ser salvado. Iojeved, es otra de aquellas mujeres que obedeciendo un principio mayor – el instinto de protección de una madre, quizás -, decide desobedecer. 

Su hija, Miriam (pero que aún no recibe ese nombre en este relato), también cumple un rol fundamental supervisando como se desarrollaba el recorrido de aquella pequeña canastita donde su hermano fue abandonado esperando un mejor destino que una muerte segura. El Midrash, acentúa más la rebeldía y el coraje de esta brava mujer, de esta mujer que será recordada por las generaciones venideras como la que embellecía la salida de Egipto al son de tambores y canticos. Según un antiguo Midrash, el padre de Moshé al escuchar el decreto del Faraón sobre el trágico destino de los hombres que les naciesen a las mujeres judías, decide abstenerse de tener relaciones con su mujer. Sin embargo, su hija, recrimina y desobedece aquella voz paterna, marcándole que él faraón decretó la muerte de los niños varones más él con su actitud y su abstinencia decretó el destino tanto de los niños como de las niñas. No habría más vida, no existiría la continuidad o la posibilidad de salvación. Imagínense a Miriam, una muchacha hace 3200 años, alzándose de esta manera contra la voz de su padre, contra la autoridad del hogar. 

Por último, la mujer que finalmente posibilitará la redención será la hija del Faraón. De la casa que decretó muerte emanará vida, salvación y libertad. La hija del Faraón, otra heroína anónima, desobedeciendo el decreto de su mismísimo padre y arriesgando su propia vida decide cuidar y adoptar como su propio hijo a aquel varón hebreo que encontró en los ríos de su palacio una tarde cuando inocentemente bajó a darse un baño. Otra mujer, y otro paradigma, sobre el deber de la desobediencia. Luzzato, un exegeta judío del siglo XIX, afirma que son las mujeres las principales protagonistas de esta historia porque son ellas quienes tienen desarrollado, por su instinto materno, una mayor afinidad con la vida. Una madre que da vida no puede dejar morir a su hijo; ni tampoco unas parteras cuyo trabajo es dar vida podrían quitar vida, ya que esta es la antítesis de su esencia. 

El leitmotif de este relato es: el deber de desobedecer. Tanto las parteras como Miriam, Iojeved o la hija del faraón desobedecen las leyes del "Estado" por principios autónomos de su conciencia y de su propia moral. Al parecer existen ocasiones en nuestra vida donde el principio religioso no es la obediencia sino la desobediencia, no es la sumisión a una ley externa sino el ser fieles a nuestros principios internos. Cuando nuestros principios fundamentales entran en contradicción con las leyes cosificadas y heterónomas de nuestras sociedades, existe el deber de desobedecer. O por lo menos, la posibilidad. A este respecto, en el tratado talmúdico de Menajot (99b) se encuentra un famoso adagio luego de que se recuerde la rotura de las Tablas a manos de Moshé: Lifamim Bitula shel Torá Hi Iesoda - En ciertas ocasiones la abolición de la ley es su fundamento. El Talmud da cuenta de que en ciertas oportunidades es preciso y necesario abandonar la Ley, o incluso transgredirla, por un principio mayor. Por nuestra moral, por nuestros ideales o por nuestros principios fundamentales e inalienables. Como solía recordar Abraham Ioshua Heschel, mal que le pese a muchos abogaos, “la ley – halajá - no debe ser el supremo objeto de adoración”. 

Lo que hicieron estas diferentes mujeres al desobedecer la voz el “Estado” es lo que hoy llamaríamos desobediencia civil. La única diferencia, más allá de la grosera anacronía, es que la desobediencia civil debe ser publica y no practicada “en oculto”. No obstante estos diversos hechos tienen muchas similitudes, siendo la principal: la necesidad casi espiritual de desobedecer el mandato de un gobernante. Fue Henry David Thoreau, un ensayista norteamericano, quien acuñó a mediados del siglo XIX el término “desobediencia civil”, que el mismo puso en práctica al negarse a pagar sus impuestos por lo que fue detenido y puesto en prisión. Él argüía que se negaba a colaborar con un Estado que mantenía el régimen de esclavitud y emprendía guerras injustificadas. Aquí podría citar aquella famosa frase del Eclesiastés pero prefiero abstenerme. Sin embargo si es meritorio citar a aquel a Thoreau en uno de sus escritos done escribe lo siguiente: 

¿Debe el ciudadano renunciar a su conciencia, siquiera por un momento o en el menor grado a favor del legislador? ¿Entonces por qué posee conciencia el hombre? Pienso que debemos primero ser hombres y luego súbditos. No es deseable cultivar tanto respeto por la ley como por lo correcto… La ley jamás hizo a los hombres ni un ápice más justos; además, gracias a su respeto por ella hasta los más generosos son convertidos día a día en agentes de injusticia. Un resultado común y natural del indebido respeto por la ley es que se puede ver una fila de soldados: coronel, capitán, cabo, soldados, dinamiteros y todo, marchar en admirable orden cruzando montes y valles hacia las guerras, contra su voluntad, sí, contra su propio sentido común y su conciencia, lo que convierte esto, de veras, en una ardua marcha de corazones palpitantes. No abrigan la menor duda de que están desempeñando una ocupación detestable teniendo todos inclinaciones pacíficas."

Pienso que debemos primero ser hombres y luego súbditos. No es deseable cultivar tanto respeto por la ley como por lo correcto. Al leer estas palabras resuenan en mi ser aquellas palabras escritas por uno de los grandes rabinos del Talmud (Horaiot 10b) hace más de 1400 años: Gdolá Averá Lishmá MiMitzva shelo Lishma – es más meritorio realizar una transgresión en nombre del cielo que cumplir un precepto sin las intenciones correctas. En una comunidad judía done cada día se hace de la halajá, la ley, más un culto que un camino debemos poner atención a aquellas señales de la historia que nos marcan que muchas veces hacer lo correcto trasciende a la formalidad de la ley, y muchas veces, la contradice. En una sociedad argentina, donde no hacemos culto de la ley pero que muchas veces nos excusamos en ella para cometer las peores injusticias debemos hacernos eco de aquellas voces milenarias: hacer lo correcto, muchas veces, no es sinónimo de la ley establecida, a veces es su opuesto. 

Para concluir debemos recordar que fueron esas voces anónimas, esas mujeres en su individualidad, en sus pequeñas acciones, la que permitieron luego de muchos años la redención y la liberación del pueblo judío de la esclavitud; y como dice el Talmud (Kidushin 40b): No solo el individuo sino el mundo entero se halla en equilibro. Un solo acto de un individuo puede decidir el destino del mundo entero. 

Shabbat Shalom!