martes, 18 de septiembre de 2012

Dbar Torá de Rosh Hashaná 5773

La historia es ficción que en efecto ocurrió; la ficción es historia que podría haber ocurrido, decía el premio novel francés de literatura Andre Gide. La historia es ficción que en efecto ocurrió; la ficción es historia que podría haber ocurrido. En este sentido la dicotomía entre ficción e historia son anuladas. Este es un buen comienzo cuando nos proponemos estudiar y leer alguno de los relatos bíblicos. 


Esta primera mañana de Rosh Hashaná el texto bíblico escogido por nuestros sabios, hace más de 1700 años, es una excusa. Una excusa para la lectura de mañana. Un verdadero pre-texto, en todos sus sentidos e implicancias. La épica de la Akedat Itzjak, el casi sacrificio del segundo de nuestros patriarcas. Nuestra lectura de hoy es la antesala, la que plantea los precedentes de lo que mañana debemos leer. Aunque para nuestros sabios haya sido una excusa para nosotros como lectores no lo es. Le exigimos al texto que sea más de lo que el texto es, le pedimos al relato que nos hable hoy, en este primer día de Rosh Hashaná.


El relato, para aquellos que hace un año no lo leemos, es el siguiente. En la ancianidad, tanto de Abraham como de Sará, D-s les da un hijo, Itzjak. Con su nacimiento se inicia el pacto entre D-s y Abraham, el cual se concretiza con la circuncisión a los 8 días de Itzjak. Al crecer, nos continúa relatando el Génesis, Ishmael – al parecer – le hace algo a Itzjak que le disgusta a Sará y ella, con toda autoridad, le pide a Abraham que eche a Agar y a Ishmael del hogar. Con dolor pero cumpliendo el mandato divino Abraham despide de su hogar a Agar y a Ishmael. Hasta aquí la parte del relato de la cual hoy quiero hacerme eco. 


A diferencia de muchos idiomas indoeuropeos, los idiomas semíticos, como el árabe o el hebreo, carecen de vocales escritas. Son lenguas consonánticas. Es el lector o el que habla quien debe colocar las vocales en el texto. Este es el primer acto creativo en el encuentro con el texto. El hebreo, al igual que el Tanaj, le exige al lector una actitud activa frente al mismo. Debemos involucrarnos con el texto. La interpretación, en este sentido, es la única forma de lectura posible. El Tanaj es nombrado en la literatura rabínica como Mikrá – lo leído – y no como Ktiba – lo escrito -. Como decidimos leer el texto, dice mucho de nosotros. Quizás podamos incluso parafrasear un viejo refrán y decir: dime como lees y te diré quien eres. 


Volvamos a nuestro relato. El mismo es de por sí ambiguo, misterioso y fascinante. Quiero ahora concentrarme en lo que en mi lectura es el leitmotif del relato: la risa, el humor o la mofa. Veamos por qué. Todo comienza con un nombre. En la Torá (Genesis 21:3) se nos dice: Y Abraham denominó a su hijo, al que le naciese, al que le pariese Sará, con el nombre de Itzjak. Siendo el caso que unos versículos después la Torá misma nos explica su significado al decir de Sará “D-s me ha provocado la risa (tzjok), pues quien se entere se (reirá - itzjak - de o con) conmigo”. Tzjok e Itzjak. 


Aquí comienza la ambigüedad y el juego del lenguaje que nos presenta el propio texto bíblico. Tzjok en hebreo puede o bien significar “risa” o bien “burla”. En ese sentido ¿Qué es lo que quiere decir Sará? Una lectura posible debido a la ambigüedad propia del texto es la siguiente: la gente al enterarse del nacimiento de mi hijo se alegrarán junto a mí. Otra lectura podría ser: la gente al enterarse del nacimiento de mi hijo en la vejez (a los 90 años!) se burlará de mí. Entonces el texto consonántico deja que nosotros, sus lectores, lo llenemos de vocales. La cuestión es saber elegir las vocales correctas. 


Las risas o las burlas no terminan con Sará, sino que continúan con su hijo y el hijo de Hagar, Ishmael. El motivo de la expulsión, al parecer, según el sentido llano que el texto nos presenta tiene también relación con el tzjok (la burla). “Y Sará advirtió que el hijo que Hagar, la egipcia, le había parido a Abraham se estaba metzajek (burlando)”. Una vez más la raíz tzjok se nos hace presente. Al parecer no podemos escaparnos de la risa o de la burla. ¿Qué significa este metzajek? O bien Ishmael estaba riendo, o bien se estaba burlando, o incluso como otra posibilidad que el verbo admite, estaba jugando “sexualmente”. Y aprecien que ni siquiera sabemos con quien ¿Se burlaba de Itzjak o se reía de Sará?


¿Por qué el texto juega deliberadamente con sus lectores? Daniel Colodenco en su comentario a este fragmento escribe: Todo depende de quién mira y como se mira: el milagro de parir a los noventa parece gracioso pero es motivo de risa placentera, ¿Ishmael juega con Itzák o se burla de él?. El texto no aclara… el texto juega magistralmente con la ambigüedad y posibilita diferentes lecturas (Génesis, el origen de las diferencias, 149). 


Con las diferentes lecturas me quiero quedar. Para poder construir el texto primero debemos desmenuzarlo, desgranarlo, apreciar sus ambivalencias y contradicciones. El escritor norteamericano Emerson acuñó una frase interesante al afirmar que la historia no existe, solo la biografía. La historia no existe, solo la biografía. Y serán nuestras biografías religiosas y sociales las que configuren nuestras formas de leer nuestras historias. La forma de ponerle vocales a las consonantes. Recordemos al gran Borges cuando decía que toda su vida afectaba su lectura. Son nuestras vidas, nuestras biografías, las que configuran nuestra lectura.


El Tanaj y sus historias fueron objeto, y siguen siendo, de diversas lecturas. Diferentes culturas han anclado sus “verdades” en esta narración. Quisiera compartir con ustedes, someramente, algunas lecturas posibles a las cuales este texto, sin vocales y sin fronteras, nos invita. 


Comencemos con lo propio, con la lectura judía tradicional de este relato. Rashí, el comentarista por excelencia de la narración judía, nos dice que efectivamente Ishmael, como no podía ser de otra manera, se estaba burlando de Itzjak; pero no solo eso sino que también se burlaba mediante perversiones sexuales. Incluso más, trataba de conquistar la herencia de su padre, intentando matar a Itzjak con flechazos. El malo de la película, en nuestra narración, es, sin dudarlo, Ishmael. Un burlón, un asesino y un violador. 


Saltemos ahora de cultura, de tiempo y de espacio. En el Corán (37:100), el libro más sagrado de los musulmanes, se nos narran algunas historias parecidas a la de nuestro Tanaj. En un fragmento del Corán se cuenta que Ibrahim, el Abraham con vocales musulmanas, le pide un hijo a Ds. Ds le da un hijo pero en un momento Ibrahim le cuenta que soñó que debía inmolarlo, su hijo, como todo buen musulmán (aquel que se somete), le dice: «¡Padre! ¡Haz lo que se te ordena! Encontrarás, si Alá quiere, que soy de los pacientes». Cuando Ibrahim se dispone a inmolarlo, al igual que en nuestro Génesis, Ds, a través de un ángel impide que esto suceda. 


Si ahora, luego de escuchar este relato fundante de la cultura islámica, fuéramos de visita a algún restaurante árabe y viésemos una hermosa pintura en una de sus altas paredes de un padre levantando una espada para terminar con la vida de su hijo atado no dudaríamos en decir que ese hijo es Ishmael. Pero el texto calla. No nos dice quien es el hijo que Abraham-Ibrahim esta dispuesto a sacrificar. Es la biografía Islámica, quien decide leer en el texto Ishmael y no Itzjak. 


Una biografía más que lee esta historia es el cristianismo. Y fíjense la sagacidad de su lectura. Es Pablo el más fariseo de los seguidores de Jesús quien dice en la Epistola a los Galatas (Capitulo 3 y 4), uno de los libros del nuevo testamento que Ishmael es una metáfora de los judíos mientras que Itzjak es una representación de los nuevos cristianos. La metáfora de Pablo es clara: el antiguo Israel (los judíos del pacto) son como Ishmael, aquel primogénito que es desplazado por un nuevo pacto, producto del vientre de Sará, de Itzjak, el hijo de la libertad. Si en la lectura judía Itzjak remplaza a Ishmael y en la lectura islámica es Ishmael quien remplaza Itzjak, ahora son los seguidores de Jesús quienes desplazan al pueblo judío en el pacto.


Veamos ahora una última biografía que lee este fragmento, una biografía disidente. Esta proviene de una lectura poco tradicional y poco conocida. La misma se encuentra en el Libro de los Jubileos (Capitulo 17). En esta lectura judía Ishmael es presentado simplemente como un pequeño que juega y se divierte, lo que provoca la risa (nuevamente volvemos a la risa) de su padre. Abraham aprueba con alegría el humor y la jocosidad de su hijo Ishmael. Y son los celos de Sará lo que provoca la expulsión de Hagar y de Ishmael de acuerdo a la lectura que hace del relato el libro de los Jubileos. 


En este sentido debemos preguntarnos ante la Torá y ante este relato ¿Cuál es la lectura Verdadera? ¿Cuál de todas aquellas biografías y culturas que leyeron y se apropiaron de este relato tiene la “razón”? El problema, creo yo, radica en la definición de verdad. Ya hemos citado una buena cantidad de fuentes tradicionales de diversas culturas religiosas pero no podemos ser judíos y entendernos como tales sin haber leído e interpelado nuestra tradición con algunos de los más grandes filósofos modernos; en este caso, Nietzsche. 


En su maravilloso texto Sobre Verdad y Mentira en sentido extramoral Nietzsche se pregunta ¿Qué es entonces la verdad?, y el mismo contesta, Una hueste en movimiento de metáforas… una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son.


Nuestras biografías con el paso del tiempo transforman nuestros relatos en verdades. Las metáforas del ayer se transforman en las verdades del presente. Nuestras verdades son construcciones, construcciones colectivas de narraciones y relatos. En nombre de estas verdades se ha matado, se ha humillado, se ha perseguido y se ha degradado la imagen divina que esta en cada varón y en cada mujer. Reconociendo que nuestras verdades no son más que relatos solidificados con el paso del tiempo podemos llegar a superar la violencia instaurada por el dogmatismo de las Verdades mayúsculas.


El hombre del medio evo vivía, según el filósofo italiano Gianni Vattimo, según el paradigma de la fe. El de la modernidad lo hizo bajo el patrón de la razón. Y nosotros, como judíos y heredando una tradición milenaria, lo debemos hacer bajo el paradigma de la interpretación y de la duda. Nuestras lecturas de los textos sagrados no se fundan en verdades absolutas sino en biografías culturales, relatos e interpretaciones. Nosotros, como judíos, tenemos una manera de leer nuestro Tanaj, la manera que nos legó nuestra historia y nuestros exegetas. La manera, en que en unos instantes leeremos. Esta manera no es ni mejor ni peor, no es verdad y las otras son mentiras. Tan solo es nuestra manera de leer el texto y de involucrarnos con él. Son nuestras vocales sobre el texto consonántico. 


Los invito este Rosh Hashaná, en este año que comienza, a abrazar nuevas categorías. A intentar desplazar el paradigma de la Verdad, que deja a muchos fuera, que excluye y que violenta, para abrazar así el paradigma de la interpretación y del relato. El paradigma que invita a colocar diversas vocales sobre las mismas consonantes.

martes, 11 de septiembre de 2012

La parrhesía y lo judío


La parrhesía, enseña Michael Foucault en El coraje de la verdad, es la antítesis de la retorica. Esta última se constituye como un arte que impulsa a la seducción, a inducir a otro en ciertas creencias o practicas. Y a pesar de que Aristóteles al definir el arte retorico enfatizó la necesidad de conducirnos de acuerdo a la verdad[1] por sobre la mentira, esta técnica le permite a uno ocultar o disimular una mentira. En contraposición Foucault nos sugiere la noción de la parrhesía como modalidad del decir veraz; es la verdad llevada a sus máximas consecuencias. En su sentido positivo la palabra parrhesía consiste en decir la verdad sin disimulación ni reserva ni clausula de estilo ni ornamento retorico que pueda cifrarla o enmascararla.
Existe un correlato entre estas dos artes, o posibilidades del hablante, en el acervo cultural judío. En el Talmud, depósito eterno de conocimientos de los sabios medievales (Siglo VI), se da la discusión entre el retorico Hillel y el parrhesista Shamai. En el tratado de Ketubot (16b) se preguntan los sabios ¿Qué se le debe decir al novio en relación a su pareja? El parrhesista de Shamai no titubea al aseverar que se debe decir “lo que uno piensa”, si uno piensa que es linda uno debe decirlo y si, por el contrario, uno piensa que es fea así también debe decirlo. Ya que uno debe siempre alejarse de las palabras mentirosas y de las calumnias, como enseña la Torá (Éxodo 23:7). El retorico de Hillel, sin embargo, dice que uno siempre debe decir que la novia es bella y piadosa, sin importar lo que uno, es sus adentros, considere realmente. Aquí vemos el enfrentamiento entre la posibilidad de quiebre y riesgo que presenta el parrhesista al decir la verdad, posibilitando así el quiebre de la relación que permitió el diálogo, y el arte retorico de disimular ciertas opiniones para logar ciertos fines (en este caso, no herir al novio por los comentarios sobre su amada).
            Foucault comenta además que para que exista la parrhesía siempre se necesita de otro, de un interlocutor. Y este otro es quien da la posibilidad para que el dialogo se lleve a cabo; y para que en este “hablar franco” uno pueda realmente cumplimentar el principio socrático de “conócete a ti mismo”. Uno debe exteriorizar sin tapujos una verdad con el fin de conocerse, uno debe, en términos cristianos, confesarse. Para que exista esta posibilidad de dialogo parrhesista necesitamos ser francos y que nuestro interlocutor también lo sea. Y el decir la verdad sin ornamentos requiere una sensibilidad especial de ambos interlocutores. Galeno establecía que cualquiera puede ser el interlocutor, mas uno debe buscarse por lo menos que sea un hombre de edad y serio. En este sentido me hago eco de un famoso adagio de Rabi Meir, sabio judío del siglo I en Palestina, que solía decir: “existen dos tipos de amigos, los que te reprenden y los que no lo hacen. Ama sobre todo, al primero”. Nuestro interlocutor no debe adular nuestras palabras sino refutar nuestros argumentos. Debe estar dispuesto a escuchar las verdades más crudas y a dar los consejos más dolorosos. En la tradición judía el dialogo parrhesista por excelencia era el entablado por Rabi Iojanan y Reish Lakish. Este último, ladrón devenido en erudito, para cada argumento del primero tenía 49 refutaciones posibles. El día de su muerte Rabi Iojanan lloró por no poder encontrar a alguien como su antiguo compañero y contrincante en la guerra del saber (ver Talmud, Baba Metzía 84a)
La posibilidad de un dialogo sincero que posibilita el método socrático de conocimiento o el esquema dialectico talmúdico se basa en un pacto parrhesistico. Uno debe estar dispuesto a decir la verdad hasta sus máximas consecuencias y el interlocutor debe estar dispuesto a escucharla. “la parrhesía es el coraje de la verdad en quien habla y asume el riesgo, pero es también el coraje del interlocutor que acepta recibir como cierta la verdad ofensiva”, en palabras del propio Foucault.  Es la crítica, la observación y la refutación y, si se me permite un neologismo el “sincericidio” del otro, lo que me permite un verdadero dialogo veraz.
            La construcción social y política veraz y sincera se da a través de un dialogo entre parrhesistas. Entre aquellos que dicen todo (pan rhema, como su etimología sugiere), entre aquellos que no ocultan nada ni retroceden. Este dialogo socrático o el esquema dialéctico del Talmud que busca llegar a una “verdad”, es necesario para las construcciones sociales contemporáneas. En tiempos donde el arte retorico ha adquirido, por su uso, una connotación más peyorativa que otra cosa, se abre la puerta al dialogo parrhesista. Donde los interlocutores pacten la sinceridad como el medio para iniciar el dialogo. En este sentido exclamó un sabio talmúdico (Taanit 23a) cunando dijo: Jebrutá o Mitutá, Sociedad o muerte. Para este sabio era preferible morir que no encontrar a otro; no encontrar a aquel con el que pueda construir un dialogo sincero. Cuando las palabras faltan, la violencia física se hace presente. La retórica es el arte de adornar la palabra, la parrhesía es el arte de decir todo. Entre ambas artes se encuentra el dialogo; el dialogo que no lastima, el dialogo que construye.  


[1] “La retorica es útil porque también lo verdadero y lo justo es mejor por naturaleza que su contrario” (Aristoteles, Retorica)