martes, 11 de septiembre de 2012

La parrhesía y lo judío


La parrhesía, enseña Michael Foucault en El coraje de la verdad, es la antítesis de la retorica. Esta última se constituye como un arte que impulsa a la seducción, a inducir a otro en ciertas creencias o practicas. Y a pesar de que Aristóteles al definir el arte retorico enfatizó la necesidad de conducirnos de acuerdo a la verdad[1] por sobre la mentira, esta técnica le permite a uno ocultar o disimular una mentira. En contraposición Foucault nos sugiere la noción de la parrhesía como modalidad del decir veraz; es la verdad llevada a sus máximas consecuencias. En su sentido positivo la palabra parrhesía consiste en decir la verdad sin disimulación ni reserva ni clausula de estilo ni ornamento retorico que pueda cifrarla o enmascararla.
Existe un correlato entre estas dos artes, o posibilidades del hablante, en el acervo cultural judío. En el Talmud, depósito eterno de conocimientos de los sabios medievales (Siglo VI), se da la discusión entre el retorico Hillel y el parrhesista Shamai. En el tratado de Ketubot (16b) se preguntan los sabios ¿Qué se le debe decir al novio en relación a su pareja? El parrhesista de Shamai no titubea al aseverar que se debe decir “lo que uno piensa”, si uno piensa que es linda uno debe decirlo y si, por el contrario, uno piensa que es fea así también debe decirlo. Ya que uno debe siempre alejarse de las palabras mentirosas y de las calumnias, como enseña la Torá (Éxodo 23:7). El retorico de Hillel, sin embargo, dice que uno siempre debe decir que la novia es bella y piadosa, sin importar lo que uno, es sus adentros, considere realmente. Aquí vemos el enfrentamiento entre la posibilidad de quiebre y riesgo que presenta el parrhesista al decir la verdad, posibilitando así el quiebre de la relación que permitió el diálogo, y el arte retorico de disimular ciertas opiniones para logar ciertos fines (en este caso, no herir al novio por los comentarios sobre su amada).
            Foucault comenta además que para que exista la parrhesía siempre se necesita de otro, de un interlocutor. Y este otro es quien da la posibilidad para que el dialogo se lleve a cabo; y para que en este “hablar franco” uno pueda realmente cumplimentar el principio socrático de “conócete a ti mismo”. Uno debe exteriorizar sin tapujos una verdad con el fin de conocerse, uno debe, en términos cristianos, confesarse. Para que exista esta posibilidad de dialogo parrhesista necesitamos ser francos y que nuestro interlocutor también lo sea. Y el decir la verdad sin ornamentos requiere una sensibilidad especial de ambos interlocutores. Galeno establecía que cualquiera puede ser el interlocutor, mas uno debe buscarse por lo menos que sea un hombre de edad y serio. En este sentido me hago eco de un famoso adagio de Rabi Meir, sabio judío del siglo I en Palestina, que solía decir: “existen dos tipos de amigos, los que te reprenden y los que no lo hacen. Ama sobre todo, al primero”. Nuestro interlocutor no debe adular nuestras palabras sino refutar nuestros argumentos. Debe estar dispuesto a escuchar las verdades más crudas y a dar los consejos más dolorosos. En la tradición judía el dialogo parrhesista por excelencia era el entablado por Rabi Iojanan y Reish Lakish. Este último, ladrón devenido en erudito, para cada argumento del primero tenía 49 refutaciones posibles. El día de su muerte Rabi Iojanan lloró por no poder encontrar a alguien como su antiguo compañero y contrincante en la guerra del saber (ver Talmud, Baba Metzía 84a)
La posibilidad de un dialogo sincero que posibilita el método socrático de conocimiento o el esquema dialectico talmúdico se basa en un pacto parrhesistico. Uno debe estar dispuesto a decir la verdad hasta sus máximas consecuencias y el interlocutor debe estar dispuesto a escucharla. “la parrhesía es el coraje de la verdad en quien habla y asume el riesgo, pero es también el coraje del interlocutor que acepta recibir como cierta la verdad ofensiva”, en palabras del propio Foucault.  Es la crítica, la observación y la refutación y, si se me permite un neologismo el “sincericidio” del otro, lo que me permite un verdadero dialogo veraz.
            La construcción social y política veraz y sincera se da a través de un dialogo entre parrhesistas. Entre aquellos que dicen todo (pan rhema, como su etimología sugiere), entre aquellos que no ocultan nada ni retroceden. Este dialogo socrático o el esquema dialéctico del Talmud que busca llegar a una “verdad”, es necesario para las construcciones sociales contemporáneas. En tiempos donde el arte retorico ha adquirido, por su uso, una connotación más peyorativa que otra cosa, se abre la puerta al dialogo parrhesista. Donde los interlocutores pacten la sinceridad como el medio para iniciar el dialogo. En este sentido exclamó un sabio talmúdico (Taanit 23a) cunando dijo: Jebrutá o Mitutá, Sociedad o muerte. Para este sabio era preferible morir que no encontrar a otro; no encontrar a aquel con el que pueda construir un dialogo sincero. Cuando las palabras faltan, la violencia física se hace presente. La retórica es el arte de adornar la palabra, la parrhesía es el arte de decir todo. Entre ambas artes se encuentra el dialogo; el dialogo que no lastima, el dialogo que construye.  


[1] “La retorica es útil porque también lo verdadero y lo justo es mejor por naturaleza que su contrario” (Aristoteles, Retorica)

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