La
parrhesía, enseña Michael Foucault en El coraje de la verdad, es la
antítesis de la retorica. Esta última se constituye como un arte que impulsa a
la seducción, a inducir a otro en ciertas creencias o practicas. Y a pesar de
que Aristóteles al definir el arte retorico enfatizó la necesidad de
conducirnos de acuerdo a la verdad[1]
por sobre la mentira, esta técnica le permite a uno ocultar o disimular una
mentira. En contraposición Foucault nos sugiere la noción de la parrhesía como
modalidad del decir veraz; es la verdad llevada a sus máximas consecuencias. En
su sentido positivo la palabra parrhesía consiste en decir la verdad sin
disimulación ni reserva ni clausula de estilo ni ornamento retorico que pueda
cifrarla o enmascararla.
Existe un
correlato entre estas dos artes, o posibilidades del hablante, en el acervo cultural
judío. En el Talmud, depósito eterno de conocimientos de los sabios medievales
(Siglo VI), se da la discusión entre el retorico Hillel y el parrhesista
Shamai. En el tratado de Ketubot (16b) se preguntan los sabios ¿Qué se le debe
decir al novio en relación a su pareja? El parrhesista de Shamai no titubea al
aseverar que se debe decir “lo que uno piensa”, si uno piensa que es linda uno
debe decirlo y si, por el contrario, uno piensa que es fea así también debe
decirlo. Ya que uno debe siempre alejarse de las palabras mentirosas y de las
calumnias, como enseña la Torá (Éxodo 23:7). El retorico de Hillel, sin
embargo, dice que uno siempre debe decir que la novia es bella y piadosa, sin
importar lo que uno, es sus adentros, considere realmente. Aquí vemos el
enfrentamiento entre la posibilidad de quiebre y riesgo que presenta el
parrhesista al decir la verdad, posibilitando así el quiebre de la relación que
permitió el diálogo, y el arte retorico de disimular ciertas opiniones para
logar ciertos fines (en este caso, no herir al novio por los comentarios sobre
su amada).
Foucault
comenta además que para que exista la parrhesía siempre se necesita de otro, de
un interlocutor. Y este otro es quien da la posibilidad para que el dialogo se
lleve a cabo; y para que en este “hablar franco” uno pueda realmente
cumplimentar el principio socrático de “conócete a ti mismo”. Uno debe
exteriorizar sin tapujos una verdad con el fin de conocerse, uno debe, en
términos cristianos, confesarse. Para que exista esta posibilidad de dialogo
parrhesista necesitamos ser francos y que nuestro interlocutor también lo sea.
Y el decir la verdad sin ornamentos requiere una sensibilidad especial de ambos
interlocutores. Galeno establecía que cualquiera puede ser el interlocutor, mas
uno debe buscarse por lo menos que sea un hombre de edad y serio. En este
sentido me hago eco de un famoso adagio de Rabi Meir, sabio judío del siglo I
en Palestina, que solía decir: “existen dos tipos de amigos, los que te
reprenden y los que no lo hacen. Ama sobre todo, al primero”. Nuestro
interlocutor no debe adular nuestras palabras sino refutar nuestros argumentos.
Debe estar dispuesto a escuchar las verdades más crudas y a dar los consejos
más dolorosos. En la tradición judía el dialogo parrhesista por excelencia era
el entablado por Rabi Iojanan y Reish Lakish. Este último, ladrón devenido en
erudito, para cada argumento del primero tenía 49 refutaciones posibles. El día
de su muerte Rabi Iojanan lloró por no poder encontrar a alguien como su
antiguo compañero y contrincante en la guerra del saber (ver Talmud, Baba
Metzía 84a)
La posibilidad de un dialogo sincero que
posibilita el método socrático de conocimiento o el esquema dialectico talmúdico
se basa en un pacto parrhesistico. Uno debe estar dispuesto a decir la verdad
hasta sus máximas consecuencias y el interlocutor debe estar dispuesto a
escucharla. “la parrhesía es el coraje de la verdad en quien habla y asume el
riesgo, pero es también el coraje del interlocutor que acepta recibir como
cierta la verdad ofensiva”, en palabras del propio Foucault. Es la crítica, la observación y la refutación
y, si se me permite un neologismo el “sincericidio” del otro, lo que me permite
un verdadero dialogo veraz.
La
construcción social y política veraz y sincera se da a través de un dialogo
entre parrhesistas. Entre aquellos que dicen todo (pan rhema, como su
etimología sugiere), entre aquellos que no ocultan nada ni retroceden. Este
dialogo socrático o el esquema dialéctico del Talmud que busca llegar a una
“verdad”, es necesario para las construcciones sociales contemporáneas. En
tiempos donde el arte retorico ha adquirido, por su uso, una connotación más
peyorativa que otra cosa, se abre la puerta al dialogo parrhesista. Donde los
interlocutores pacten la sinceridad como el medio para iniciar el dialogo. En
este sentido exclamó un sabio talmúdico (Taanit 23a) cunando dijo: Jebrutá o
Mitutá, Sociedad o muerte. Para este sabio era preferible morir que no
encontrar a otro; no encontrar a aquel con el que pueda construir un dialogo
sincero. Cuando las palabras faltan, la violencia física se hace presente. La
retórica es el arte de adornar la palabra, la parrhesía es el arte de decir
todo. Entre ambas artes se encuentra el dialogo; el dialogo que no lastima, el
dialogo que construye.
[1] “La
retorica es útil porque también lo verdadero y lo justo es mejor por naturaleza
que su contrario” (Aristoteles, Retorica)
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