El pueblo judío es el pueblo del libro, o más precisamente el pueblo “que interpreta el libro”. Levinas planteó el concepto de ir “Más allá del versículo”. Nuestras generaciones de sabios batallaron en las arenas de las casas de estudio, una batalla del conocimiento. El pueblo judío no puede olvidarse del estudio, la misma forma parte de la columna vertebral del pueblo de Israel. La respuesta no es lo que prima en la búsqueda del conocimiento si no la inmortalidad de la Tora, la inmortalidad del conocimiento. La Majloket, disputa, es la norma entre los sabios talmúdicos y entre los estudiantes genuinos de talmud hoy. Hay tesis, antítesis más no síntesis. Esta devendría en la muerte del conocimiento y en el aniquilamiento de nuestra tradición. Debemos volver a la pregunta y con la pregunta al texto y que este nos permita volver a la pregunta, y quizás encontremos entre nuestros interrogantes alguna respuesta. El ser religioso o el filósofo no busca más respuestas sino más preguntas. El Rab Abraham Ioshua Heschel enseñó que un maestro debería evaluar a sus alumnos en su capacidad de preguntar y no en responder.
Quiero en esta oportunidad dejarles un texto que me apasiona extraído del libro “El libro quemado” de Marc-Alain Ouaknin:
Desorden, algarabía, gesticulación vehemente, ideas y venidas incesantes; así se presenta el Bet Hamidrash: la casa de estudio que sirve de sinagoga y también, en numerosas ocaciones, de comedor. Los estudiantes de Talmud carecen de la quietud del monje. El silencio no es la relga; sobre las mesas raramente alineadas, en desorden, además de guemarot, abundan los libros de la Torá, de Maimonides, del Shujan Aruj; libros abiertos apilados unos sobre otros. Los estudiantes, sentados, de pie, una rodilla sobre el banco o la silla, estan inclinados sobre los textos del Talmud; uno al lado de otro, pero más habitualmente uno frente a otro, leen en voz alta, balanceándose de delante hacia atrás, de izquierda a derecha, puntuando las articulaciones difíciles del razonamiento con amplios gestos del pulgar, golpeando frenéticamente los libros o la mesa, incluso el hombro del compañero de estudio, hojeando febrilmente las páginas de los comentarios sacados y rápidamente devueltos a los anaqueles de la inmensa biblioteca que da vuelta a la sala. Los protagonistas de esta guerra del sentido intentan comprender, interpretar y explicar. Raramente de acuerdo, felizmente, sobre el sentido del pasaje estudiado, van a consultar al maestro que explica, toma una posición sobre las tesis propuestas y calma por un instante el combate apasionado de los que consultan. Sobre otra mesa, más lejos, un estudiante se ha adormecido, los brazos cruzados sobre su texto del Talmud; a su lado, otro bebe a sorbos un café y fuma un cigarrillo adoptando un aire meditabundo, concentración necesaria para la continuación del estudio. Todo se mueve! El Bet Hamidrash conoce una efervescencia ininterrumpida en la que, tanto de día como de noche, resuenan las voces, el rumor infinito del estudio.
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