Contextualicemos esta parasha dentro del marco de la Tora. Am Israel se encuentra en el desierto, unos dos años después de la salida de mitzraim. Allá, lejos en el tiempo, quedaron las historias de nuestros patriarcas, de sus travesías, de la esclavitud en Egipto, de la revelación de D´s en el monte Sinaí, de las rigurosas leyes para el sacerdocio, y tantas otras cosas más. Am Israel comenzó su travesía por el desierto, pero vale la pena remarcar que a diferencia de cualquier viaje, este viaje no tenía destino salvo el desierto. El pueblo de Israel vagaba sin rumbo, aun teniendo su destino muy cerca. La tierra de Israel, en la que manaba leche y miel, estaba tan solo a unos cuantos kilómetros, quizás a unas pocas semanas de viaje a pie. Pero el Eterno había decretado que todos aquellos de más de veinte años que habían salido de la tierra de Egipto debía perecer en el desierto, por lo cual Israel debió vagar cuarenta años para que todos aquellos mueran y una nueva generación, nacida en la libertad del desierto, pueda ingresar a la tierra prometida.
Toda esta introducción es necesaria pero no suficiente. ¿Por qué D´s dispuso que Israel tuviera que vagar por el desierto, y finalmente perecer? Por el episodio de eguel hazaab (el becerro de oro. Shemot 32). El pueblo de Israel semanas después de haber presenciado la magnanimidad del Eterno cometió el pecado que le costó la vida y marcó el rumbo de su historia. Moshe había ascendido a la cima del monte para recibir la Tora que D´s mismo había expuesto a todo el pueblo de Israel. Al parecer en aquel entonces “a las palabras se las llevaba el viento” como hoy por lo cual tuvo que subir Moshe a recibir por escrito las Tablas. Pero bueno, volvamos al asunto. El pueblo de Israel se impacientó porque Moshe no volvía en el tiempo previsto y resolvió el asunto creando un becerro de oro. Contradiciendo varios de los mandamientos escuchados hace tan solo 40 días. Construyeron una imagen de un D´s, que no es el D´s de Israel que los sacó de la tierra de mitzraim. Por este motivo el pueblo de Israel, que la Tora lo describe como Kshe Oref (Duro de cerviz, o en criollo “cabeza dura”) es obligado a morir en la inmensidad del desierto.
¿Por qué traigo este relato ahora? Esta parasha (Bamidbar 19:1) comienza con una ley extraña como pocas, la ley de Para Aduma – la vaca roja –. Un sacerdote debía tomar una vaca roja, sin ningún defecto, y llevarla a las afueras del campamento para degollarla, quemarla y luego con su sangre rociar siete veces el Ohel Moed (la Tienda de la Cita). Todo este procedimiento extraño a nuestros ojos, y creo yo, a los ojos de cualquiera tiene un agregado más. La Tora no especifica el por qué de esta ley o el objetivo. Por el contexto se intuye que tiene que ver con una forma muy específica de purificación por el contacto con algún muerto.
Creo que sigo sin responder la pregunta de qué tiene que ver todo esto con el becerro de oro. Rashí citando a Rabi Moshe haDarshan nos da algunas ideas. Al parecer estos sabios establecen una relación, por ciertos paralelismos entre la Para Aduma y el eguel hazaab. Quizas este hecho represente una expiación del pueblo de Israel por el pecado del becerro de oro. Rashí agarra cada una de las partes de los diferentes versículos y comienza a hacer un correlato entre ambos episodios. Es bastante convincente. No nos vamos a detener a explicar cada uno de ideas pero algunas son interesantes para resaltar. Por ejemplo a quien se le ordena realizar esta ley es al hijo de Aharon, Eleazar Hacoen, queriendo “castigar” de cierto modo a su padre por haber sido participe del incidente del becerro. Ahora vamos a detenernos en el color. ¡Roja! ¿Quien vio alguna vez en la vida una vaca roja? Quizas en aquel entonces había alguna vaca roja, pero la Tora es más especifica. Debía ser una vaca roja sin mum (defecto) alguno, y más, nunca debió recibir yugo alguno, o sea, nunca debió servir a ningún trabajo humano. Son muchos atenuantes y restricciones para poder hacer esta expiación.
Jukat es el nombre de nuestra parasha. Y Jukat Olam (Ley Eterna) es nuestra Tora. Detrás de las palabras y de aquellos ritos extraños a nosotros debe haber algún mensaje o alguna señal para nuestras vidas. La Tora no puede, tal como enseñan nuestros maestros, ser un libro cerrado, debe de ser un libro que se re-lea en cada momento y en cada generación. Sin pecar de soberbia me atrevo a dar una explicación a todo esto, quizás ya este escrita pero yo todavía no la encontré. Esta ley que encomienda la Tora sobre la vaca roja es prácticamente, sino totalmente, imposible de cumplir. La expiación por el pecado del becerro de oro es imposible de lograr. Como humanos debemos aprender que hay cosas que no tienen solución, que escapan a nuestra capacidad de entendimiento y a nuestra voluntad de torcer los acontecimientos, pero debemos comprender que hay cosas que no tienen solución. Hay errores de los que se puede volver atrás. Si robe algo puedo devolverlo. Si mate ya no hay nada que pueda hacer.
Del becerro de oro el pueblo de Israel no pudo volver. Los judíos salieron de mitzraim, pero mitzraim no salió de ellos enseña un maestro. Ya no había vuelta atrás. Hay yerros y hay pecados, hay cosas que hacemos de manera intencional y hay cosas que hacemos por equivocación, no importa como hagamos ciertas cosas, hay cosas que no tienen solución. La imposibilidad de reflexionar sobre nuestro quehacer en un mundo que cambia vertiginosamente nos lleva en varios momentos a tomar ciertas decisiones de las cuales no hay vuelta atrás. No somos omnipotentes, no todo está a nuestro alcance.
Como enseña la tradición rabínica si empezamos con algo malo debemos terminar con algo bueno. Asi lo hacemos al recitar la hagada de pesaj, narrando primero los duros años de la esclavitud para terminar alabando a D´s por nuestra redención. Gracias a D´s las cosas que no tienen vuelta atrás son pocas, la gran mayoría de las cosas tienen soluciones. Algunas cosas se solucionaran más rápido, otras tardaran más. Algunas costará más, otras menos, pero casi la reparación por nuestro error está a nuestro alcance. Pero “heridas” siempre quedan. Una vez leí un hermoso cuento en hebreo que hablaba sobre un chico bastante “malvado”. Su padre decidió en una pizarra marcar con una chinche cada error que su hijo cometía. El padre le prometió al hijo que cada vez que el remendara alguno de sus “pecados” él sacaría una chinche. Al cabo de un año ya no quedaban chinches. El niño sonrió, pero su padre le mostro que los agüeros aun quedaban.
Nuestros yerros que no tienen solución son pocos, pero debemos tener conciencia de que agüeros siempre van a quedar. Por este motivo la tradición de Israel nos invita a encaminarnos en la halaja, en una vida judía basada en la Tora. La Tora nos exige revisar, una y otra vez, nuestros actos para evitar errar, porque D´s sabe que hay agüeros que no cierran. Pero como enseña Yeshaiau, uno de los grandes profetas de nuestra tradición, “Aunque los pecados de ustedes enrojezcan como la escarlata, blancos como la nieve se volverán”. Podemos corregir nuestras equivocaciones, podemos enmendar nuestras acciones. Pero por sobre todo podemos enseñar de nuestros errores.
Shabat Shalom umeboraj!
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