lunes, 26 de noviembre de 2012

Parashat Lej Leja


Parashat Lej Leja, los pactos simbólicos

Y Abram tenía noventa y nueve años, y se le apareció el Eterno a Abram y le dijo: “Yo soy Dios Todopoderoso; camina en Mi presencia y sé íntegro (tamim). Y daré Mi pacto entre Mí y tí, y te multiplicaré más y más” (Bereshit – Genesis 17:2). Las primeras Parashiot de la Torá nos confrontan con relatos conocidos y estudiados por todos nosotros desde nuestra niñez. La creación del mundo y del hombre, el diluvio universal, la torre de Babel y ahora, en Parashat Lej Leja, el desafío de empezar de nuevo. El comienzo del itinerario del iconoclasta del patriarca Abram que decide romper con su pasado en busca de un nuevo destino, consolidando así una nueva identidad.

Casi al final de esta Parashá el pacto (brit) entre Dios y Abram se consolida a través de la circuncisión (Brit Mila). A diferencia del pacto que consolidó Dios con Noaj – y en este sentido con toda la humanidad – en la Parasha anterior, este nuevo pacto no es reflejado en un fenómeno de la naturaleza (en un arcoíris, como fue con Noaj) sino que se realiza en la carne. Es un pacto carnal, un pacto de mayor intimidad. Un pacto eterno ya que el arcoíris se nos presenta de tanto en tanto más la circuncisión es una marca para toda la vida.

Dios le exige a Abram que sea una persona integra, y los sabios (Pirkei DeRabí Eliezer, 29), comprenden que Abram no fue un ser integro sino hasta el momento de su circuncisión. Él, nuestro primer patriarca, al igual que todos nosotros, no nacemos ni justos ni malvados, sino que a través de nuestras acciones nos convertimos en tales. Abram reconoció en su vida la presencia de Dios en el mundo y decidió seguir Su voz y caminar íntegramente ante Su presencia.

El Midrash (Tanjuma Tazria 5), nos comenta que cierta vez Turnusrufus, el malvado, le preguntó a Rabi Akiva: “¿Cuáles obras son más bellas, las del Santo Bendito, o las del hombre de carne y hueso?”. Rabi Akiva, sorprendido a su interlocutor, le dice que ciertamente las obras de los hombres son más bellas que las obras divinas. Sorprendido, y buscando esquivar la respuesta del maestro, Turnusrufus (que no era judío) le pregunta: ‘¿Por qué vosotros os circuncidáis?’. Y Rabi Akiva le dice: ‘Sabía que me preguntarías sobre ésto, y por ello me anticipé en decirte que la obra humana es más bella que la del Santo Bendito’. Rabí Akiva le trajo granos de trigo y panes y le dijo: ‘Ésto es obra divina y ésto es obra humana. ¿No son éstos (los panes) mejores que los granos de trigo?’.

Con esta maravillosa respuesta Rabi Akiva ilustra uno de los principios fundamentales de la tradición judía: Dios nos da la materia para que el hombre pueda transformarla y con eso continuar – y mejorar - el proceso de la creación. En términos modernos, dirían los economistas, Dios nos entrega la materia prima para que el hombre pueda darle un valor agregado. Y es este valor agregado, producto del esfuerzo y del ingenio del hombre, lo que le agrega belleza a la creación divina.

Toda religión es un conjunto de símbolos, señales y metáforas que intentan construir un ideal hacia el cual el hombre pueda aspirar. La circuncisión del prepucio, es solo la referencia externa a la verdadera circuncisión, la circuncisión del corazón (Kli Yakar a Bereshit 17:14). Somos varones y mujeres que requerimos de símbolos y señales externas que puedan iluminar nuestro andar. Somos seres humanos que olvidamos por lo cual necesitamos de estas señales externas para aprehender, y recordar cada día, los verdaderos principios internos y fundamentales del ser humano. El Brit Milá de cada hombre judío, a los ocho días de su nacimiento, es el comienzo – y simplemente la capa externa – de la verdadera circuncisión. A lo largo de nuestra vida debemos intentar circuncidar nuestros corazones, sacar de nuestro interior el odio, la envidia, la amargura, y todo aquello que “sobra” de nuestro interior. El pacto formal como nación ante Dios queda sellado cada vez que circuncidamos a uno de nuestros jóvenes y lo hacemos ingresar de esta manera a la cadena eterna de transmisión de nuestro pueblo; sin embargo el verdadero pacto, el pacto interior entre cada judío, entre cada ser humano y Dios, se da cuando uno puede liberar de su corazón y de su mente todos aquellos pensamientos que impiden vivir una vida de integridad y de simpleza (para ambos términos en hebreo se usa la palabra tamim).

Los cabalistas sugieren que para cada realidad terrenal existe una realidad en los cielos, cada cosa en el mundo tiene su referencia en las alturas. Los símbolos y señales que nuestra tradición nos ofrece, como el Shabat, los Tefilin o el Brit Milá son tan solo señales externas que deben conducirnos y sensibilizarnos con las preguntas más fundamentales del ser. El Shabat debe ser el espejo de una vida en la cual aprendamos a contemplar – y a apreciar - lo que hemos hecho, sin necesidad de mayor afán. Los Tefilin deben ser el espejo en el cual podamos ver a nuestros pensamientos coincidir con nuestras acciones. Y finalmente, el Brit Milá, debe ser es el espejo por el cual podamos aprender a liberar a nuestros corazones todo aquello que no le agrega vida a nuestras vidas. 

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