Parashat Lej
Leja, los pactos simbólicos
Y Abram
tenía noventa y nueve años, y se le apareció el Eterno a Abram y le dijo: “Yo
soy Dios Todopoderoso; camina en Mi presencia y sé íntegro (tamim). Y
daré Mi pacto entre Mí y tí, y te multiplicaré más y más” (Bereshit –
Genesis 17:2). Las primeras Parashiot de la Torá nos confrontan con relatos
conocidos y estudiados por todos nosotros desde nuestra niñez. La creación del mundo
y del hombre, el diluvio universal, la torre de Babel y ahora, en Parashat
Lej Leja, el desafío de empezar de nuevo. El comienzo del itinerario del
iconoclasta del patriarca Abram que decide romper con su pasado en busca de un
nuevo destino, consolidando así una nueva identidad.
Casi al final
de esta Parashá el pacto (brit) entre Dios y Abram se consolida a
través de la circuncisión (Brit Mila). A diferencia del pacto que
consolidó Dios con Noaj – y en este sentido con toda la humanidad – en la
Parasha anterior, este nuevo pacto no es reflejado en un fenómeno de la
naturaleza (en un arcoíris, como fue con Noaj) sino que se realiza en la carne.
Es un pacto carnal, un pacto de mayor intimidad. Un pacto eterno ya que el
arcoíris se nos presenta de tanto en tanto más la circuncisión es una marca
para toda la vida.
Dios le
exige a Abram que sea una persona integra, y los sabios (Pirkei DeRabí Eliezer, 29), comprenden
que Abram no fue un ser integro sino hasta el momento de su circuncisión. Él,
nuestro primer patriarca, al igual que todos nosotros, no nacemos ni justos ni
malvados, sino que a través de nuestras acciones nos convertimos en tales.
Abram reconoció en su vida la presencia de Dios en el mundo y decidió seguir Su
voz y caminar íntegramente ante Su presencia.
El Midrash (Tanjuma Tazria 5), nos comenta que cierta vez Turnusrufus, el
malvado, le preguntó a Rabi Akiva: “¿Cuáles
obras son más bellas, las del Santo Bendito, o las del hombre de carne y
hueso?”. Rabi Akiva, sorprendido a su interlocutor, le dice que ciertamente las
obras de los hombres son más bellas que las obras divinas. Sorprendido, y
buscando esquivar la respuesta del maestro, Turnusrufus (que no era judío) le
pregunta: ‘¿Por qué vosotros os circuncidáis?’. Y Rabi Akiva le dice: ‘Sabía
que me preguntarías sobre ésto, y por ello me anticipé en decirte que la obra
humana es más bella que la del Santo Bendito’. Rabí Akiva le trajo granos de
trigo y panes y le dijo: ‘Ésto es obra divina y ésto es obra humana. ¿No son
éstos (los panes) mejores que los granos de trigo?’.
Con esta
maravillosa respuesta Rabi Akiva ilustra uno de los principios fundamentales de
la tradición judía: Dios nos da la materia para que el hombre pueda
transformarla y con eso continuar – y mejorar - el proceso de la creación. En
términos modernos, dirían los economistas, Dios nos entrega la materia prima
para que el hombre pueda darle un valor agregado. Y es este valor agregado,
producto del esfuerzo y del ingenio del hombre, lo que le agrega belleza a la
creación divina.
Toda
religión es un conjunto de símbolos, señales y metáforas que intentan construir
un ideal hacia el cual el hombre pueda aspirar. La circuncisión del prepucio,
es solo la referencia externa a la verdadera circuncisión, la circuncisión del
corazón (Kli Yakar a Bereshit 17:14). Somos varones y mujeres que
requerimos de símbolos y señales externas que puedan iluminar nuestro andar.
Somos seres humanos que olvidamos por lo cual necesitamos de estas señales
externas para aprehender, y recordar cada día, los verdaderos principios
internos y fundamentales del ser humano. El Brit Milá de cada hombre judío, a
los ocho días de su nacimiento, es el comienzo – y simplemente la capa externa
– de la verdadera circuncisión. A lo largo de nuestra vida debemos intentar
circuncidar nuestros corazones, sacar de nuestro interior el odio, la envidia, la
amargura, y todo aquello que “sobra” de nuestro interior. El pacto formal como
nación ante Dios queda sellado cada vez que circuncidamos a uno de nuestros
jóvenes y lo hacemos ingresar de esta manera a la cadena eterna de transmisión
de nuestro pueblo; sin embargo el verdadero pacto, el pacto interior entre cada
judío, entre cada ser humano y Dios, se da cuando uno puede liberar de su
corazón y de su mente todos aquellos pensamientos que impiden vivir una vida de
integridad y de simpleza (para ambos términos en hebreo se usa la palabra tamim).
Los
cabalistas sugieren que para cada realidad terrenal existe una realidad en los
cielos, cada cosa en el mundo tiene su referencia en las alturas. Los símbolos
y señales que nuestra tradición nos ofrece, como el Shabat, los Tefilin
o el Brit Milá son tan solo señales externas que deben
conducirnos y sensibilizarnos con las preguntas más fundamentales del ser. El
Shabat debe ser el espejo de una vida en la cual aprendamos a contemplar – y a
apreciar - lo que hemos hecho, sin necesidad de mayor afán. Los Tefilin deben
ser el espejo en el cual podamos ver a nuestros pensamientos coincidir con
nuestras acciones. Y finalmente, el Brit Milá, debe ser es el espejo por el
cual podamos aprender a liberar a nuestros corazones todo aquello que no le
agrega vida a nuestras vidas.
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