Quizás una buena definición de
vida podría ser: aquellos encuentros y desencuentros que se suceden en el
tiempo. Son estos momentos que vivimos junto al otro los que nos
hacen vivir. Ya lo decía Aristóteles: el hombre es un animal político; y
como agregaba un filósofo contemporáneo, si le sacamos su parte “política” nos
volvemos animales. La Torá, muchos siglos antes, ya había advertido la
necesidad que tiene el ser humano de vivir con semejantes. Dios se dijo a sí
mismo al ver a Adam viviendo en soledad “no es bueno que el hombre este solo”,
e inmediatamente Javá, la madre de todos los seres vivientes, fue llamada a la
existencia.
La vida, no obstante, no se vive
solo en los encuentros sino que también se vive a través de los desencuentros.
Las peleas entre hermanos, entre padres e hijos o entre amigos entrañables no
son producto de la modernidad, la Torá da cuenta de una infinidad de episodios
de encuentros y desencuentros. Iaakov y Esav se desencontraron hace mucho tiempo.
Peleas, celos, engaños y malentendidos forjaron su relación como hermanos desde
su juventud. Y ahora llega el momento del encuentro. Después de muchos años de
no encontrarse de repente “Vaishlaj”, Iaakov manda mensajeros para anticipar el
encuentro con su hermano Esav. Un encuentro esperado y temido.
La diferencia entre el juicio y
el pre-juicio es meramente temporal. Cuando prejuzgamos emitimos un juicio
antes de comprender cabalmente la situación, utilizamos preconceptos e imágenes
del pasado para intentar dilucidar un futuro cercano que todavía no conocemos.
El juicio, siempre sucede, ex post facto, luego de la acción. La
temporalidad del prejuicio es el futuro mientras que la del juicio es el
pasado, siendo el presente mero fluir. Muchas veces, no obstante, no
podemos emitir el prejuicio. Al enfrentarnos a una situación desconocida,
necesariamente nuestra mente intenta dilucidar “qué es lo que puede ocurrir”.
Esto le ocurrió a Iaakov.
Iaakov, ante el inminente encuentro
con su hermano Esav, como muchas veces nos suele pasar, se prepara para lo
peor. Luego de años de distanciamiento lo único que le quedaba en la mente a
Iaakov sobre su hermano Esav era el odio que este sentía por haberle robado la
primogenitura. Se había olvidado del amor que se tenían como hermanos. Iaakov
estaba tan asustado que divide a su campamento en diversas partes para evitar
así que todos mueran ante un eventual ataque de su hermano. Iaakov esperaba lo
peor. Y ante esta situación Rashí nos comenta que intentó enfrentarla mediante
tres formas: con regalos, a través de la plegaria y preparándose para la
guerra. Para intentar amainar el supuesto odio que Esav sentía por él, lo
primero que le envía a través de unos emisarios son una serie de obsequios.
Luego, si los obsequios no eran suficientes intenta rezar y le pide a Dios que
Esav no se ensañe con su familia. Por último se prepara para ir a la guerra.
El encuentro finalmente se produce. Esav y
Iaakov se rencuentran después de años de separación. Allí en el momento
presente, al olvidarse de los prejuicios y sin emitir juicios, los hermanos se
abrazan y se besan. Al verse a los ojos nuevamente toda imaginación y
especulación sobre el encuentro se derrumba, lo que importa es el presente. Los
odios del pasado, en el pasado fueron sepultados.
Cuantas veces nosotros acumulamos
odios, prejuicios y recuerdos de un pasado que nos impiden concretar rencuentros
en el presente. Cuantas veces dejamos que imágenes de un pasado remoto afecten
de manera determinante nuestro presente. Cuantas veces nuestros recuerdos nos
impiden vivir el presente. Iaakov y Esav, felizmente, dejan atrás los
prejuicios y no se precipitan a emitir juicios, simplemente viven el presente.
Viven intensamente el presente y como hermanos se vuelven a unir. La parashá, simbólicamente,
concluye con el entierro del segundo de nuestros patriarcas, de Itzjak. Esav y
Iaakov se vuelven a rencontrar para dar sepultura y para despedir a su padre. Una
nueva generación queda unida por el recuerdo de una generación que solo perdura
en la memoria.
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